Autor: Miguel Ángel HernándezEditorial: AnagramaPáginas: 312ISBN: 978-84-339-9857-6
En la Nochebuena de 1995, el mejor amigo de Miguel Ángel Hernández asesinó a su hermana y se quitó la vida saltando por un barranco. Ocurrió en un pequeño caserío de la huerta de Murcia. Nadie supo nunca el porqué. La investigación se cerró y el crimen quedó para siempre en el olvido. Veinte años después, cuando las heridas parecen haber dejado de sangrar y el duelo se ha consumado, el escritor decide regresar a la huerta y, metiéndose en la piel de un detective, intenta reconstruir aquella noche trágica que marcó el fin de su adolescencia. Pero viajar en el tiempo es siempre alterar el pasado, y la investigación despertará unos fantasmas que creía haber dejado atrás: la infancia marcada por la Iglesia, el pecado y la culpa; la presencia constante de la enfermedad y la muerte; el universo opresivo y cerrado del que un día consiguió salir. Y con ellos emergerá también la experiencia de una nostalgia contradictoria: la memoria de una felicidad velada, el reencuentro con un origen injustamente sepultado. Una conmovedora novela sobre la colisión de dos mundos y dos modos de vida. Una soberbia narración a dos tiempos que nos adentra en una España profunda e inexplorada. Un ajuste de cuentas con el pasado. Pero, sobre todo, una sutil e incisiva meditación acerca de la ética de la literatura, que, como en algún momento dice el narrador de esta historia, nos hace tomar conciencia de que «escribiendo no siempre se gana, que a veces también naufragamos ante el dolor de los demás». Descarnada y honesta, a medio camino entre el thriller policiaco y la confesión autobiográfica, con ecos de autores como Emmanuel Carrère o Delphine de Vigan, esta tercera novela de Miguel Ángel Hernández supone un verdadero paso de gigante en la construcción de una obra personal, sólida y coherente, y constata que, como ya intuyera Enrique Vila-Matas tras la lectura de la celebrada El instante de peligro (finalista del Premio Herralde de Novela), nos encontramos sin duda ante «uno de los escritores europeos más destacados de su generación».
Hace veinte años, el mejor amigo de Miguel Ángel mató a su hermana y luego se suicidó tirándose por un barranco. Este suceso ha quedado grabado en la mente del escritor como una experiencia dolorosa y forma parte del tránsito entre su vida en la huerta en Murcia con su familia y el comienzo en la universidad como estudiante de Historia del Arte. En una conversación con uno de sus amigos escritores, se da cuenta de que en este recuerdo puede estar la historia de su nueva novela, así que decide hacer un esfuerzo y volver al pasado y a ese momento que había quedado parcialmente enterrado.
La tarea de esclarecer qué ocurrió exactamente esa noche trae consigo algo mucho más emocional y difícil de gestionar que la verdad de lo que pudo haber pasado: un viaje a la infancia del escritor, a los recuerdos de su juventud, de su familia, amigos, de la huerta, y un choque con la realidad actual de todo lo que allí queda, las grietas abiertas y las diferencias entre esos dos mundos, el de antes que sigue latente en las carreteras, las casas y las caras más envejecidas, y el de ahora que le ha permitido aislarse en su propia vida alejada de sus raíces.
Conecté con El dolor de los demás de una manera más intensa de lo que habría imaginado. Hay vivencias que se quedan ancladas en la memoria de una manera asombrosa, vivencias que cuando volvemos a ellas nos resultan amargas, teñidas de una nostalgia que nos revuelve por dentro. No todos añoramos los que se supone que son los años más felices de nuestra vida, ni todos sentimos un especial apego al lugar en el que hemos crecido, aprendido y hecho amigos. Quizás esa disociación con nuestro pasado nos ha creado una melancolía en nuestra vida adulta, por lo que debería haber sido nuestra niñez y no fue, y porque lo único a lo que podemos agarrarnos ahora no es más que un recuerdo velado al que nos asomamos sin muchas expectativas y solo de vez en cuando.
Cuando Miguel Ángel decide investigar el caso de su amigo se va dando cuenta de que indagar en el pasado le va a llevar irrevocablemente a ponerse frente a estos recuerdos dañinos de su adolescencia, y a enfrentarse a la distancia insalvable entre las personas que allí habitaban (y siguen habitando), en una realidad que ha quedado trastocada por el paso de los años pero a la que todavía siguen ancladas estos personajes de los que siempre se sintió tan apartado. Volver a sus recuerdos trae consigo algo más que un choque personal con su pasado, porque significa también remover en la memoria de los demás, en su dolor, en su duelo propio, y el conflicto entre su tarea como escritor y la necesidad de dejar a los muertos en paz comienza una lucha incansable que solo el mismo autor podrá dar fin al entender cual es su verdadero propósito con la novela.
Miguel Ángel trabaja con una escritura sensible y a la vez descarnada, porque se abre al escritor a la vez que así mismo. Por eso esta novela es tan cercana, tan dura y tan necesaria para entender que a veces todos necesitamos echar una mirada atrás a todo aquello que nos ha dejado en el punto en el que estamos ahora, pero que no es necesario intentar explicar aquello que a día de hoy seguimos sin comprender. Porque nosotros y nuestros recuerdos están formados también por los recuerdos de otros, esos a los que debemos, de vez en cuando, no hacerles más preguntas.
La tarea de esclarecer qué ocurrió exactamente esa noche trae consigo algo mucho más emocional y difícil de gestionar que la verdad de lo que pudo haber pasado: un viaje a la infancia del escritor, a los recuerdos de su juventud, de su familia, amigos, de la huerta, y un choque con la realidad actual de todo lo que allí queda, las grietas abiertas y las diferencias entre esos dos mundos, el de antes que sigue latente en las carreteras, las casas y las caras más envejecidas, y el de ahora que le ha permitido aislarse en su propia vida alejada de sus raíces.
Conecté con El dolor de los demás de una manera más intensa de lo que habría imaginado. Hay vivencias que se quedan ancladas en la memoria de una manera asombrosa, vivencias que cuando volvemos a ellas nos resultan amargas, teñidas de una nostalgia que nos revuelve por dentro. No todos añoramos los que se supone que son los años más felices de nuestra vida, ni todos sentimos un especial apego al lugar en el que hemos crecido, aprendido y hecho amigos. Quizás esa disociación con nuestro pasado nos ha creado una melancolía en nuestra vida adulta, por lo que debería haber sido nuestra niñez y no fue, y porque lo único a lo que podemos agarrarnos ahora no es más que un recuerdo velado al que nos asomamos sin muchas expectativas y solo de vez en cuando.
Cuando Miguel Ángel decide investigar el caso de su amigo se va dando cuenta de que indagar en el pasado le va a llevar irrevocablemente a ponerse frente a estos recuerdos dañinos de su adolescencia, y a enfrentarse a la distancia insalvable entre las personas que allí habitaban (y siguen habitando), en una realidad que ha quedado trastocada por el paso de los años pero a la que todavía siguen ancladas estos personajes de los que siempre se sintió tan apartado. Volver a sus recuerdos trae consigo algo más que un choque personal con su pasado, porque significa también remover en la memoria de los demás, en su dolor, en su duelo propio, y el conflicto entre su tarea como escritor y la necesidad de dejar a los muertos en paz comienza una lucha incansable que solo el mismo autor podrá dar fin al entender cual es su verdadero propósito con la novela.
Miguel Ángel trabaja con una escritura sensible y a la vez descarnada, porque se abre al escritor a la vez que así mismo. Por eso esta novela es tan cercana, tan dura y tan necesaria para entender que a veces todos necesitamos echar una mirada atrás a todo aquello que nos ha dejado en el punto en el que estamos ahora, pero que no es necesario intentar explicar aquello que a día de hoy seguimos sin comprender. Porque nosotros y nuestros recuerdos están formados también por los recuerdos de otros, esos a los que debemos, de vez en cuando, no hacerles más preguntas.
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